Redacción BLes– A mediados de la década de los 80, China se encontraba en una situación económica y política deplorable. Los niveles de pobreza y el subdesarrollo del país eran cada vez más notorios, pero la riqueza de los líderes del Partido Comunista Chino (PCCh) continuaba creciendo gracias a los descarados niveles de corrupción.
Esta situación aumentó de forma exponencial la insatisfacción de la población general, sobre todo entre los círculos académicos donde se generalizó la idea que la penosa situación económica del país junto con los desastres ocasionados tras el fracaso absoluto de la Revolución Cultural, eran un resultado directo del sistema político y económico represivo.
En las universidades de todo el país comenzaron a introducirse y a tomar fuerza entre los estudiantes, a espaldas del régimen comunista, conceptos como la libertad, los derechos humanos, la democracia, la separación de poderes, la libre expresión y otras cuestiones asociadas a los sistemas de gobierno capitalistas y occidentales.
Estudiantes y docentes comenzaron a presionar para llevar a cabo urgentes reformas que lleven a China a una apertura al mundo occidental y políticas que apunten a desarrollar las libertades individuales casi inexistentes bajo el régimen comunista.
Las protestas aumentaron considerablemente en todo el país, sobre todo en los grandes conglomerados urbanos donde se encontraba una mayor concentración de jóvenes estudiantes.
Así fue como el entonces líder del PCCh, Deng Xiaoping, se vió acorralado ante la presión ciudadana y lanzó lo que se llamó la “campaña de liberalización antiburguesa”, atacando puntualmente a estudiantes y académicos y empleando todo tipo de métodos para restringir su actividad política.
Los resultados fueron contrarios a los esperados, y los movimientos y protestas estudiantiles incrementaron notoriamente su fuerza y se hicieron cada vez más masivos.
Hacia 1989, alarmados por el crecimiento de la pobreza, el aumento de la inflación y la notable corrupción, los trabajadores urbanos se unieron a los estudiantes en su causa lo que permitió el desarrollo de un movimiento mucho más grande que hizo temblar al régimen chino.
Luego de una serie de enfrentamientos y represiones policiales en distintos puntos de China, siguió lo que se llamó la Masacre de Tiananmen del 4 de junio, básicamente se trató de la irrupción del ejército en la Plaza de Beijing donde se encontraban más de un millón de estudiantes y ciudadanos comunes protestando pacíficamente contra el régimen comunista chino, y una cantidad incierta de personas encontró allí la muerte tras recibir golpes y disparos por parte de las fuerzas de seguridad.
Este hecho provocó la condena generalizada de prácticamente todo el mundo occidental menos de aquellos gobiernos comunistas que defendieron el aberrante accionar del régimen chino.
Al evidenciarse el descontento generalizado en la población china y la notable opresión de su gobierno, el régimen se vió obligado a emprender una gran y exitosa campaña para cambiar su imagen a nivel global durante los años subsiguientes, aunque internamente las lógicas de control y represión no se vieron modificadas.
3 y 4 de junio de 1989
Más de un millón de estudiantes y ciudadanos comunes ocuparon la famosa plaza de Tiananmen a comienzos de junio de 1989, y lo mismo sucedió en las plazas centrales de todas las ciudades grandes de China, convirtiéndose en la mayor manifestación contra el régimen comunista.
El movimiento se enmarca en la ola de reclamos y aperturas que vivía entonces Europa del Este, que acabó más tarde provocando la caída del muro de Berlín.
Los manifestantes apelaron en términos generales a los métodos de la no violencia para expresar su descontento con el régimen y exigir el avance de políticas aperturistas y democráticas.
Mientras tanto la cúpula comunista se fragmentaba entre aquellos que opinaban que el gobierno debía ceder en algunos reclamos y otros que no dudaban en proponer la represión ante la amenaza que implicaban las ideas libertarias.
Finalmente ganó la línea dura del gobierno, liderada por Deng Xiaoping, quien durante la noche del 3 y 4 de junio de 1989 envió al Ejército de Liberación Popular y a la policía a desalojar la concurrida plaza, abriendo fuego a todo el que se interpusiera en el camino. Mejor una matanza que el desorden…
El gobierno chino jamás dijo cuántos manifestantes murieron y no hay cifras oficiales, aunque se sabe que supera los cientos y los miles.
Los testigos afirman que los disparos estremecieron toda la ciudad, al mismo tiempo que las explosiones de camiones y autobuses iluminaban el cielo y ensordecían a todos con los estruendos.
Relato de testigo presencial
En una entrevista con Bitter Winter, Rose Tang, activista prodemocracia que participó de la protesta estudiantil en 1989 y que sobrevivió a la sangrienta represión del régimen comunista chino, recordó los detalles que estremecen el corazón de lo que sucedió durante aquella jornada.
Luego de meses de no atender los reclamos de las manifestaciones, el gobierno chino decretó la ley marcial el 20 de mayo de 1989, lo que fue un ‘punto de quiebre’ recuerda Rose, ya que comenzaron a llegar cientos de vehículos militares a las afueras de Beijing, incluidos tanques y soldados.
Durante la jornada de la masacre, el régimen comunista utilizó al Ejército Popular de Liberación para aplastar las protestas, y según la activista, eran chinos muy jóvenes, que tenían miedo y evitaban mirar a la gente a la cara.
“Autobuses y camiones en llamas esparcidos por los alrededores, la gente reorganizaba las barricadas preparándose para detener a más tropas. Pero, para mi sorpresa, el interior de la plaza estaba muy tranquilo, muchos lugareños paseaban, como cualquier otra tarde de verano”, relató Rose.
La noche del 4 de junio, miles de soldados emergieron de la nada, con sus bayonetas disparando a la multitud de manifestantes, matando mujeres, hombres y hasta niños que estaban en el lugar. Una escena despiadada y escalofriante.
Las tropas disparaban indiscriminadamente sin embargo los manifestantes se rehusaban a abandonar el lugar, lo que despertaba más violencia y saña en el personal policial.
Rose, se escapó entre los cuerpos de las personas muertas tiradas en el piso. Fue golpeada por un soldado pero logró treparse a un tanque de guerra, y pasó del otro lado de la masacre para escapar de la plaza.
“La plaza estaba acordonada por tanques. Oímos disparos a la distancia mientras caminábamos lentamente por estrechas callejuelas entre patios tradicionales. Los lugareños salieron y nos dieron zapatos”, detalló Rose.
“Un estudiante llorando se unió a nosotros, sosteniendo un pequeño par de gafas manchadas de sangre con dos agujeros de bala. Nos describió cómo una niña de 12 años había sido disparada por las tropas cerca del mausoleo de Mao. Estaba dando un paseo con su hermana de cinco años”, recordó con mucho dolor la activista china.
El hombre del tanque
En el centro mismo de la masacre hay un episodio inolvidable. Eterno. El paradigma de la rebelión: uno contra todos. En la mañana del 5 de junio, cuando los disparos y explosiones ya habían cesado y sólo reinaba la paz que sigue a la catástrofe, un grupo de cinco tanques de guerra abandonaba en hilera la plaza por una de las avenidas circundantes, cuando sucedió lo inesperado.
Un hombre, sin nada más que una pequeña bolsa en su mano izquierda, se para en la mitad del camino, desafiante, impidiendo el paso de las gigantes armaduras rodantes de hierro.

Los tanques se vieron obligados a detener su marcha y los gritos de los soldados no lo asustaron para nada. Él siguió así durante varios minutos, con dignidad, con grandeza, hasta que lograron expulsarlo del camino. ¿Quién es? Si bien hay muchas teorías al respecto, nunca se supo a ciencia cierta.
Un fotógrafo logró inmortalizar el momento y su imágen quedará guardada para toda la historia como símbolo de la resistencia pacífica de esos miles de estudiantes y trabajadores que un día se atrevieron a enfrentar al enorme PCCh, quien decidió eliminarlos en lugar de escucharlos y atender sus reclamos libertad.
Que dice actualmente el régimen respecto a la masacre
El régimen comunista chino desde que sucedieron los hechos en 1989 y hasta la actualidad, ha intentado utilizando todo tipo de artimañas esconder lo sucedido y negar la masacre.
En la actualidad, a pesar que miles de madres aún lloran a sus hijos muertos o desaparecidos en aquellos años, el régimen comunista chino prohíbe todo tipo de conmemoración y bloqueó todo tipo de información sobre el asunto en internet.
En estas épocas donde las agrupaciones de derechos humanos internacionales y algunos activistas locales intentan recordar a la gente los sucesos, el régimen intensifica la censura en las redes sociales chinas, lo que se nota de varias formas, incluso algunas realmente ridículas como la eliminación de ciertos emojis asociados a los reclamos pacíficos (velas, hojas, cintas de luto) en la aplicación de chat Weibo.
Aquellos que intentan burlar los controles pueden enfrentar penas de cárcel. Tan solo enviar una imagen relacionada con los hechos en redes sociales puede crear problemas.
El régimen no acepta que la sociedad siquiera hable y discuta lo que sucedió durante esas jornadas. Los libros de historia directamente no mencionan aquellos años turbulentos y en reiteradas ocasiones los líderes del PCCh han minimizado los sucesos diciendo que fue un simple conflicto entre sectores que ponían en riesgo la estabilidad social y el gobierno, que simplemente se encargó de apaciguar los desmanes.
Por su lado, la comunidad internacional y los gobernantes de los países líderes de Occidente han repudiado y tomado acciones en concreto durante los primero años posteriores a la masacre, pero luego, una vez que la economía de China comenzó a crecer y los intereses por desarrollar negocios e intercambios comerciales con el régimen se incrementaron, los reclamos oficiales se limitaron, en el mejor de los casos, a simples mensajes protocolares.
Andrés Vacca –Redacción BLes