Redacción para BLes(*) – Cuando el 21 de julio del 2018, la agencia de noticias EFE informó sobre la “decisión” de la Asamblea Nacional cubana de eliminar el término “comunismo” del nuevo proyecto constitucional, relevo del estatuto de 1976, enmendado en 2002 para declarar la irrevocabilidad del comunismo en la Isla, nos vino a la mente la entrevista del 8 de septiembre del 2010, concedida por Fidel Castro a Jeffrey Goldberg, periodista del medio estadounidense, The Atlantic, donde Castro dijo: “El modelo cubano ya no funciona ni para nosotros”.
En un reportaje luego de este memorable encuentro, Julia Sweig, quien acompañaba a Goldberg como experta del Council on Foreign Relation, dijo: “(Castro) no estaba rechazando las ideas de la revolución. Lo interpreté como un reconocimiento de que bajo el ‘modelo cubano’ el Estado tiene un papel demasiado grande en la vida económica del país”.
Digamos que para Sweig fue un importante espaldarazo del “comandante” a su hermano Raúl Castro, “crear espacio”, según expresara literalmente la experta en temas de Cuba y Estados Unidos, “que servirá más adelante para implementar las reformas necesarias frente a lo que seguramente encontrará resistencias de los comunistas ortodoxos dentro del partido y la burocracia”.

Lo cierto es que Fidel Castro cuando aceptó la derrota del comunismo cubano otorgó de manera tácita la razón a la oposición no-violenta, que habló siempre de libertad, de buscar a las víctimas y pedir perdón, de frenar al Estado totalitario y repudiar la ingeniería social como modus operandi, la oposición que visibilizó los daños colaterales a la familia cubana y en la sociedad, donde el concepto de “daño antropológico” está presente a la hora de matizar situaciones nacionales, o explorar la cosmovisión del cubano.
Sin embargo, es harto diferente la confesión de Fidel Castro sobre el desastre del modelo estalinista en la Isla, y la supresión del vocablo “comunista” del borrador del nuevo proyecto constitucional, que para Estaban Lazo, presidente de la Asamblea Nacional, “no quiere decir que renunciemos a nuestras ideas, sino que en nuestra visión pensamos en un país socialista, soberano, independiente, próspero y sostenible”.
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Toda vez que cinco meses después, el 21 de diciembre del 2018, la Comisión de Asuntos Constitucionales, presidida por Raúl Castro, retomó la expresión “comunista” en el texto de marras, acompañada ahora de partido “único” y “fidelista”, lo que parece dar la razón a quienes aseguraron que fue una medida de distracción del régimen con vista a reflejar “cierto” clima democrático en la sociedad, y sobre todo, demostró cuán dado es el poder de los castros a jugar con la gente.

El comunismo en Cuba siempre fue mentiroso, represivo, expropiador, e imperialista, y un vía crucis para el ciudadano reciclado en los discursos de Fidel Castro, de siete horas ininterrumpidas, y masivas concentraciones de “pueblo” en la Plaza de la Revolución de la capital, incomparable a lo que pasaba tras el Telón de Acero, donde sobrevivió alguna reforma de propiedad personal, como en el caso de Polonia, Hungría, o Alemania Democrática (RDA), por ejemplo.
Hoy prevalece políticamente el poder personalista de la familia Castro basado en la ecuación Estado-Ciudadano, inclinada la ecuación hacia el Estado y sostenida por un proceso de ingeniería social (destierro, prisión, miedo, acoso, o muerte) para sepultar las libertades, en un contexto según Sergio Ramírez, donde no se trata del clásico conflicto revolución-imperialismo, simplemente de escoger entre democracia, o autoritarismo, entre izquierda democrática, o dictadura de izquierda.
Estos son los colores de la opresión en Cuba, donde se intenta mantener a fuerza de mentiras y represión popular un mundo que no existe más, una forma de vida que luego del derrumbe no legó nada importante, no dejó atrás más que sombras, ¿dónde está el legado artístico o arquitectónico, filosófico, los sueños de las personas tras el Telón de Acero?
¿Qué se hicieron los deportados, los desaparecidos, los fusilados, porque al pensar en regímenes malvados, por antonomasia pensamos en el nazismo, o el fascismo, y nunca en el comunismo con sus huellas de sangre, sudor y lágrimas en nombre de la humanidad?
La respuesta nuevamente está en los colores, esta vez en el blanco, el rojo, el azul de la enseña nacional cubana, el blanco, que significa la pureza de nuestros ideales patrios, nuestra tradición fundacional: “con todos y para el bien de todos” de José Martí.
El rojo, la sangre derramada en los campos de Cuba por la independencia, no el fusilamiento de cubanos a manos de otros cubanos en nombre del comunismo después del 1959.
Y el azul, el color del cielo encima de nuestras cabezas, que se refleja en la mar patria, donde miles de cubanos perdieron la vida para buscar el sustento, o la libertad.
En fin, Fidel Castro aceptó su derrota, más tarde lo atajaría la muerte, “vendrá la muerte y se llevará tus ojos”, a decir de Cesare Pavese, ¿por quién doblan las campanas en La Habana? Por reformas meditadas en palacio para que nada cambie, mutiladas en su nacimiento, porque el miedo al cambio es un miedo anclado en la prehistoria de la familia comunista insular, y a largo plazo, una amenaza al comunismo mundial desde el golpe de Estado al socialista ruso Alexandr Fiódorovich Kerenski, cuando los bolcheviques convencieron a la izquierda que ese era el camino, y entonces llegó el diluvio.
(*) El autor es el representante del Foro Antitotalitario Unido de Cuba (FANTU) en América del Sur.
José Raúl Rodríguez Rangel – Bles.com