Prudencio Unanue Ortiz, un inmigrante español que ya había pasado por Puerto Rico, llegó a Nueva York en 1921 y en 1936 compró por un dólar la marca Goya a un importador de sardinas marroquí, en parte por la asociación con el pintor español y en parte por la facilidad de pronunciarla en español y en inglés.
Onanue ya había fracasado como exportador de radios, tenía una familia con cuatro hijos para alimentar y a los acreedores acosando en su puerta.

Así que los primeros productos vendidos fueron aceitunas y aceite de oliva a inmigrantes españoles; primero en su tienda y luego distribuyendo a bodegas de Nueva York y Nueva Jersey, tal como lo relata Forbes.
Luego, terminada la Segunda Guerra Mundial, agregó alimentos latinos para atender a la oleada de puertorriqueños que llegaron a Nueva York, y lo mismo hizo en 1960 cuando llegó el primer gran flujo de inmigrantes cubanos, expandiendo así su capacidad de comercialización.

“Prudencio y su esposa vieron que había un mercado no atendido, un nicho comercial”, apunta Joseph Pérez, vicepresidente de Goya Foods, y así fue entonces como los productos de la empresa comenzaron a reflejar las distintas oleadas migratorias.
Las generaciones sucesivas
A Prudencio lo sucedió su hijo Joe, y hoy la dirección ejecutiva está al mando del nieto Robert Onanue; de este modo 15 miembros de la familia administran la compañía de 4.500 empleados, que factura 1.500 millones de dólares.
Cuenta con cinco fábricas y distribución en los estados de Texas, California, Georgia y Nueva Jersey, atendiendo un mercado integrado por 55 millones de hispanos, de acuerdo con BBC.
Una cultura del sabor
Para atender una variedad tan significativa de origen y tradiciones culinarias, la firma vende 85 tipos de frijoles entre otros muchos productos, y conoce bien a sus consumidores.

“La comida latina no es una, es más bien la mezcla de los distintos sabores”, dice Pérez.
Citando como ejemplo que en Miami predomina el gusto cubano, venezolano y colombiano, en tanto que en Los Ángeles la orientación es más bien el mexicano y el centroamericano.
Por otro lado, en Nueva York la mezcla racial hace que la variedad de productos sea enorme, destacándose los consumidores puertorriqueños, dominicanos, mexicanos y ecuatorianos, entre otros.
“Hay algo fascinante en todo esto. Uno puede ser hispano o latino, pero tener cuatro abuelos distintos. Y entonces puedes ser de origen cubano-puertorriqueño-colombiano-ecuatoriano”, concluye relatando Pérez.
José Ignacio Hermosa – BLes
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